martes, 10 de julio de 2018

El niño y los dulces



Había un niño muy goloso que siempre estaba deseando comer dulces. Su madre guardaba un recipiente repleto de caramelos en lo alto de una estantería de la cocina y de vez en cuando le daba uno, pero los dosificaba porque sabía que no eran muy saludables para sus dientes.

El muchacho se moría de ganas de hacerse con el recipiente, así que un día que su mamá no estaba en casa, arrimó una silla a la pared y se subió a ella para intentar alcanzarlo. Se puso de puntillas y manteniendo el equilibrio sobre los dedos de los pies, cogió el tarro de cristal que tanto ansiaba.

¡Objetivo conseguido! Bajó con mucho cuidado y se relamió pensando en lo ricos que estarían deshaciéndose en su boca. Colocó el tarro sobre la mesa y metió con facilidad la mano en el agujero ¡Quería coger los máximos caramelos posibles y darse un buen atracón! Agarró un gran puñado, pero cuando intentó sacar la mano, se le quedó atascada en el cuello del recipiente.

– ¡Oh, no puede ser! ¡Mi mano se ha quedado atrapada dentro del tarro de los dulces!

Hizo tanta fuerza hacia afuera que la mano se le puso roja como un tomate. Nada, era imposible. Probó a girarla hacia la derecha y hacia la izquierda, pero tampoco resultó. Sacudió el tarro con cuidado para no romperlo, pero la manita seguía sin querer salir de allí. Por último, intentó sujetarlo entre las piernas  para inmovilizarlo y tirar del brazo, pero ni con esas.

Desesperado, se tiró al suelo y empezó a llorar amargamente. La mano seguía dentro del tarro  y por si fuera poco, su madre estaba a punto de regresar y se temía que le iba a echar una bronca de campeonato ¡Menudo genio tenía su mamá cuando se enfadaba!

Un amigo que paseaba cerca de la casa, escuchó los llantos del chiquillo a través de la ventana. Como la puerta estaba abierta, entró sin ser invitado. Le encontró pataleando de rabia y fuera de control.

– ¡Hola! ¿Qué te pasa? Te he oído desde la calle.

– ¡Mira qué desgracia! ¡No puedo sacar la mano del tarro de los caramelos y yo me los quiero comer todos!

El amigo sonrió y tuvo muy claro qué decirle en ese momento de frustración.

– La solución es más fácil de lo que tú te piensas. Suelta algunos caramelos del puño y  confórmate sólo con la mitad. Tendrás caramelos de sobra y podrás sacar la mano del cuello del recipiente.

El niño así lo hizo. Se desprendió de la mitad de ellos y su manita salió con facilidad. Se secó las lágrimas y cuando se le pasó el disgusto, compartió los dulces con su amigo.

Moraleja: A veces nos empeñamos en tener más de lo necesario y eso nos trae problemas. Hay que ser sensato y moderado en todos los aspectos de la vida.Fábula infantil El niño y los dulces

La ratita atrevida


Érase una vez una linda ratita llamada Flor que vivía en un molino. El lugar era seguro, cómodo y calentito, pero lo mejor de todo era que en él siempre había abundante comida disponible. Todas las mañanas los molineros aparecían con unos cuantos kilos de grano para moler, y cuando se iban, ella hurgaba en los sacos y se ponía morada de trigo y maíz.

A pesar de esas indudables ventajas, un día dio una noticia a sus compañeras:

– ¡Chicas, estoy cansada de vivir aquí! Siempre comemos lo mismo: granitos de trigo, granitos de maíz, harina molida, más granitos de trigo, más granitos de maíz… ¡Qué hartura!

Una de sus mejores amigas, la ratita Anita, se quedó pensativa un momento y le dijo:

– Bueno, pues yo creo que no deberías quejarte, querida Flor. A mí me parece que somos afortunadas y debemos estar muy agradecidas por todo lo que tenemos ¡Ya quisieran otros vivir con nuestras posibilidades!

Flor negó con la cabeza.

– Yo no lo veo así… ¡Esto es un aburrimiento y no quiero pasarme la vida entre estas cuatro paredes!

Su amiga empezó a preocuparse y quiso advertirla.

– Pero Flor ¡tú no puedes irte de aquí! Piensa bien las cosas… ¡Aún eres demasiado joven para recorrer el mundo!

– No, no lo soy, así que ¿sabéis qué os digo? ¡Pues que me voy a la aventura, a vivir nuevas experiencias! Necesito visitar lugares exóticos, conocer otras especies de animales y saborear comidas de culturas diferentes ¡Ni siquiera he probado el queso y eso que soy una ratita!

Sus amigas la escuchaban boquiabiertas y las palabras de la sensata Anita no sirvieron de nada. ¡Flor estaba empeñada en llevar a cabo su alocado plan! Dando unos saltitos se fue a la puerta y desde allí, se despidió:

– ¡Adiós, chicas, me voy a recorrer el mundo y ya volveré algún día!

¡Qué feliz se sentía Flor! Por primera vez en su vida era libre y podía escoger qué hacer y el lugar al que ir sin dar explicaciones a nadie.

– A ver, a ver… Sí, creo que iré hacia el norte, camino de Francia… ¡Oh là là, París espérame que allá voy!

Tarareando una cancioncilla y pensando en todo el roquefort que se iba a zampar al llegar a su destino, se adentró en el bosque. Contentísima, correteó durante un par de horas orientándose gracias a su fino olfato. Tanto anduvo que de repente le entró mucha sed.

– ¡Anda, ahí hay un río! Voy a beber un poco de agua.

La ratita Flor se acercó a la orilla y sumergió la cara. El agua estaba fresquísima y deliciosa, pero no pudo disfrutarla mucho porque un antipático cangrejo le agarró el hocico con sus pinzas.


– Bichito, bichito, me haces daño ¡Suéltame el hociquito!

El cangrejo obedeció y Flor le reprendió.

– No vuelvas a hacerlo ¿no ves que duele un montón?

La pobre Flor se quedó con la naricita encarnada y dolorida, pero no dejó que eso la desanimara y continuó su emocionante viaje.

Hacia el mediodía dejó atrás el bosque y llegó a un camino de piedra.

– Este camino va hacia el norte atravesando una pradera ¡No hay duda de que voy bien!

Muy resuelta y segura de sí misma echó a andar sobre los adoquines. De repente, un carruaje pasó por su lado a toda velocidad y un caballo le pisó una patita.

– ¡Ay, ay, qué dolor! ¿Qué voy a hacer ahora? ¡Me cuesta mucho andar!

El caballo continuó trotando sin mirarla y Flor tuvo que arrastrarse a duras penas hasta conseguir apartarse del camino y sentarse en una piedra.


– Esperaré quietecita hasta que me baje la inflamación ¡Esto es horrible, me duele muchísimo!

Estaba muy afligida y empezó a pensar que su plan no estaba saliendo como había previsto. Con lágrimas en los ojos, comenzó a lamentarse.

– No hace ni seis horas que salí de casa y ya estoy hecha un asco. Un cangrejo me muerde el hocico, un caballo me aplasta la pata… ¡Esto no es lo que yo me esperaba!

 Sus gemidos llegaron a oídos de un hada buena que pasaba por allí.

– ¡Hola, ratita linda! ¿Cómo te llamas?

Muy triste, le contestó:

– Flor, señora, me llamo Flor.

– ¿Y por qué estás tan triste con lo bonita que eres, pequeña?

Flor confesó lo que sentía en el fondo de su corazón.

– Estaba harta de mi vida y esta mañana decidí irme lejos de mi hogar en busca de aventuras pero …

– ¿Pero qué, jovencita?

– Pues que desde que salí me ha mordido un cangrejo en el hociquito, un caballo ha dañado mi patita y encima estoy muerta de hambre ¡Quiero volver a mi casa!

– Vaya… ¿Ya no quieres vivir una vida llena de emociones?

La ratita fue muy sincera.

– Sí, sí me gustaría, pero por ahora quiero regresar  a mi hogar, con mi familia y con mi gente ¡Cuánto daría yo por comer unos granitos de trigo o de maíz de los que hay en mi molino!

El hada sonrió:

– Me alegra tu decisión, Flor. El mundo está lleno de lugares maravillosos y es normal que quieras explorarlos, pero para eso tienes que formarte, aprender y madurar. Estoy convencida de que algún día, cuando estés preparada, tendrás esa oportunidad. Anda, ven, súbete a mi hombro que te llevo a casa. No te preocupes que con una venda enseguida te curarás.

El hada buena la llevó de vuelta al lugar donde había nacido, al lugar que le correspondía y donde lo tenía todo para ser dichosa. Por supuesto la recibieron con los brazos abiertos y ni que decir tiene que ese día el grano del molino le supo más delicioso que nunca.Cuento popular La ratita atrevida

Las cosas de casa


Érase una vez una niña que vivía con sus padres y su mascota.
Un día al salir de casa, cerraron la puerta de la calle y la televisión empezó a hablarle a las estanterías del salón.

—¡Qué aburrimiento! A mí me tienen todo el día encendida —dijo la televisión.

Cuentos con moraleja para niños

—Pues tú no te quejes —dijo la estantería—. A mí me tienen llena de libros y nunca me quitan el peso de encima.

—Pues anda que a mí —dijo el sofá—. Yo tengo que estar aguantando su peso y sus brazos.

—Yo, que soy una mantita, tengo todo el día al perro encima.

—Y nosotros tenemos que estar siempre una encima de la otra —dijeron las cintas de vídeo.

-Pues yo tengo que estar soportando a la señora televisión que siempre se calienta y hace mucho ruido —dijo la estantería de la televisión.

El frigorífico dijo:

—Yo tengo que estar abriendo y cerrando todo el día la puerta y se me escapa el frío.

En fin, nadie estaba contento con su papel en la casa. Así que decidieron cambiar sus puestos, el sofá quería ser la nevera y se puso encima toda la comida; las tres estanterías de libros querían ser cada una un sofá y se tumbaron en el suelo.

La estantería de la televisión quería ser la cama del perro; la televisión quería ser la estantería de los libros y se puso todos los libros encima; las cintas de vídeo se metieron en la nevera y la manta del perro que quería ser cuadro se puso en la pared.

Cuando llegó la familia a su casa se encontraron todo patas arriba y se pusieron a chillar :

—¡Qué escándalo es este!, ¿quien ha hecho todo esto?

Cuento con moraleja para niños
La familia salió horrorizada de la casa y llamaron por teléfono desde una cabina a la policía. Cuando llegó la policía y entraron con la familia a la casa, se encontraron todos los muebles en su sitio. La policía regañó a la familia diciendo:

—La policía no tiene tiempo para bromitas.

La familia se quedó alucinada. Al día siguiente, pasó exactamente igual, todos los muebles de la casa habían cambiado de sitio y su trabajo era otro. Al tercer día, cuando se iban a ir, la madre fue la última en salir. Cerró la puerta de un portazo y se quedó dentro de la casa. Vio como los muebles se ponían a hablar, pero antes de que pudieran moverse de su sitio, dijo:

—¡Quietos, que nadie se mueva!

Los muebles se quedaron asombrados, los habían pillado.

—Quiero hablar con vosotros un momento, antes de que hagáis el loco —dijo la madre—. ¿Porque todos los días os cambias vuestros puestos?

Contestaron los muebles

—Es un rollo estar haciendo todos los días lo mismo.

Pero la madre les dijo:

—Para eso estáis hechos.

—Pero vosotros nos tratáis muy mal —dijeron los muebles—. Así que no os haremos caso y todos los días estaremos haciendo lo mismo, hasta que aprendáis que a las cosas, por muy inútiles que sean, siempre tienen un corazón.

La madre les pidió perdón e hicieron un acuerdo:

—Desde este momento el perro, mi hija, mi marido y yo os trataremos con cuidado y cariño.

Y así cuando los muebles vieron que no les trataban con indiferencia decidieron estar en paz y ser todos felices.

FIN
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